Fue en una sesión con mi nuevo psiquiatra, un hombre campechano que acaba de instalar su consulta en Vall d´Uixó y despachaba en sandalias de campesino. Él fue el primero en hablarme de la herencia de la tierra y del esplendor. Yo al principio no sabia que quería decir. Por aquel entonces tenía motivos de sobra para buscar consuelo en los psiquiatras y en los psicólogos. Acudía a ellos con frecuencia buscando remedio a una vida desafortunada, repleta de peripecias y trabajos frustrantes de los que había obtenido un lamentable resultado.
-Doctor tengo la sensación de ser
simplemente materia. Materia viva que habitaba dentro de si,
cerrada. ¿ cómo le explicaría...? Hummm, cerrada como un caracol
en su caparazón que solo sale cuando llueve para llorar. Contemplo
un exterior que es simplemente un mecanismo que funciona dirigido por
una conciencia superior que da premios y castigos, éxitos y
fracasos. La luna es una tragaperras con sus luces brillantes, sus
dibujos de mujeres medio desnudas y música erótica que solo aparece
cuando metes una moneda y sale premio. Entonces nace la noche. El día
no puedo verlo, tiene el rostro de la voluntad del burgués ¿
Comprende? Es lamentable para mí enfrentarme al rostro de los
tenderos de mi pueblo. Su imagen es la de unos seres terribles, cuya
visión dentro de sus tiendas abriendo las persianas de sus limpios
comercios me espanta, tanto como las imágenes de los protaurinos de
vall d´Uixó, con ellos llegó a una visión del apocalipsis. Sin
embargo esa visión del apocalipsis carece de la fuerza de unas
verdaderas imágenes desgarradoras que hagan palidecer mi alma. Toros
decapitados a hachazos, mujeres desnudas sujetando la lengua
sangrante de un cordero que agoniza, un agujero de fuego en el cielo
durante la tormenta invocado por el presidente de la junta
taurina, la fundación Francisco franco y la agencia para el
desarrollo de vall ´d uixó. No hay imágenes doctor
sobrenaturales. Mi terror nace del dogma en que está inmersa vall
d´Uixó. Mi conciencia antiburguesa, mucho más luminosa que la de
cualquier liberal burgués o conservador, me ha hecho más libre, más
fuerte,
( mirando al psiquiatra que estaba
anotando lo que yo le iba narrando)
superior si quiere anotarlo así
doctor.
A veces me dan ganas de gritarles
cuando veo a los comerciantes, los tenderos, a los protaurinos:
no merecéis vivir más que como vivís
gusanos inmundos. Representar, representar vuestra maldita
comedia....
En ese momento el doctor considero
oportuno pararme. Y con un tono misterioso me preguntó
¿ sabes usted lo que es...
el esplendor?
Yo repetí la palabra atónito :
El esplendor...
y negué tres veces con la cabeza.
Solo he conocido la miseria, la
exclusión social que provoca la conciencia liberal burguesa, nacida
de la hipocresía, la dogmatización, la destrucción de todo lo
bueno, justo y sano que hay en el mundo.
El psiquiatra me dio la razón con el
gesto, pero añadió aún más misterioso:
Hay imágenes en la naturaleza,
poderosas imágenes que no tienen explicación en la conciencia
burguesa, y todavía no se las han apropiado. Estás desbancarían su
dogma, la imagen un grial lleno de sangre de inocente que sana. Esto
es lo que necesitas, despejar tu conciencia de razones, tanto como
ellos necesitan una revolución que los aplaste. Necesitas Ángel
volver a sentir las honduras, los abismos del alma, ella, tu alma que
has perdido, es la que te devolverá la motivación. Ningún
refuerzo, premio o castigo te pueda ya hacer nada.
E invitándome a ponerme en pie y a
buscar el Esplendor me gritó el psiquiatra.
Recuerda Angelillo, debes buscar el
esplendor en la naturaleza para volver a tener alma.
Durante día busqué alejado de las
carreteras principales.
No había ninguna imagen en la
naturaleza que me sobrecogiera, ni alimentar mi alma.
Cañares, higueras, almendros,
oliveras, pedregales, y vuelta a comenzar,
higueras, almendros, cañares,
pedregales y oliveras.
¿ Dónde se ocultaba el esplendor?
Hasta que al final , en un barranco
rodeado de puentes cerca de mi casa. En el lugar menos esperado,
encontré el esplendor.
Cientos de tomateras, acelgas,
arrastradas por una tormenta dando fruto entre las piedras del
barranco, sin apenas tierra, sin abono, viviendo entre gravas
estériles.
Al levantar mi cabeza del barranco,
veía pasar docenas de personas. Sombras que transitan con su compra
de los supermercados sin ver nada, tuteladas por el sistema.
Yo mismo, a escasos metros me esforzaba
en sacar adelante una huerta de la que hasta ahora, tras muchos
esfuerzos había recogido mucho menos de lo que allí se me
ofrecía.
Comí un tomate, y estaba delicioso.
Si, me encontraba ante ese fenómeno
llamado ...
El esplendor.
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