lunes, 25 de julio de 2016

El repelente Juan Pablo II con algas.

El repelente Juan Pablo II con algas.















Acudí al mercado de Vall d´Uixó con un canasto lleno de mis productos ecológicos donde había mucha gente incrédula que se burlaban de mí y de la agricultura ecológica, entre estos se contaban las autoridades locales que proyectaban un futuro tecnológico donde todo tenía que tener una patente firmada por algún instituto. Nadie se esperaba que el tonto del pueblo acudiera al mercado con su canasto lleno de verduras y gritará a la gente que al verlo se apiñaron en torno a él a ver que decía.

No se si soñaba el papa Juan Pablo II conmigo, o yo soñaba con el papa Juan Pablo II , cuando se cruzó entre nosotros es espíritu santo mientras fatigado de trabajo me reclinaba bajo la sombra de una olivera a descansar preocupado por las plagas, condena humana.
Y una voz, la de Juan Pablo me tentaba a que fuera a la charca a recoger las algas.
Al despertar del hermoso sueño al verdoso lecho acudí como me ordenó la voz.
Noté fijo el ojo de las ranas a mis manos que como anzuelos enganchaban las algas ante su sonora queja, e iba vertiendo las extraña cosecha en un cubo con agua.
Más para la alquimia santa, necesitaba una planta que hiera mal al hombre cuando la tocará, la ortiga. Macerándolo todo aun se necesitaba un par de cosas.
Un poco de mi alma que vertían escupiendo al caldo y una oración bendita.

Hijo nuestro retirado allá en el cielo bostezando,
que no has conocido el trabajo en la tierra ni el yugo de los reyes,
Y que encarnas un personaje nacido de la división de las conciencias según las voluntades y los sufrimientos.
Boga hacia nosotros que te esperamos con los brazos abiertos para enseñarte a tus inventores.
II. De la gaya ciencia, Nietzsche.


¿No habéis oído hablar de ese hombre loco que, en pleno día, encendía una linterna y echaba a correr por la plaza pública, gritando sin cesar, “busco a Dios, busco a Dios”? Como allí había muchos que no creían en Dios, su grito provocó la hilaridad. “Qué, ¿se ha perdido Dios?”, decía uno. “¿Se ha perdido como un niño pequeño?”, preguntaba otro. “¿O es que está escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?” Así gritaban y reían con gran confusión. El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó con la mirada: “¿Dónde se ha ido Dios? Yo os lo voy a decir”, les gritó. ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Y quién nos ha dado la esponja para secar el horizonte? ¿Qué hemos hecho al separar esta tierra de la cadena de su sol? ¿Adónde se dirigen ahora sus movimientos? ¿Lejos de todos los soles? ¿No caemos incesantemente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, de lado, de todos lados? ¿Hay aún un arriba y un abajo? ¿No vamos como errantes a través de una nada infinita? ¿No nos persigue el vacío con su aliento? ¿No hace más frío? ¿No veis oscurecer, cada vez más, cada vez más? ¿No es necesario encender linternas en pleno mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿Nada olfateamos aún de la descomposición divina? ¡También los dioses se descomponen! ¡Dios ha muerto y nosotros somos quienes lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos, nosotros, asesinos entre los asesinos? Lo que el mundo poseía de más sagrado y poderoso se ha desangrado bajo nuestro cuchillo. ¿Quién borrará de nosotros esa sangre? ¿Qué agua podrá purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué juegos nos veremos forzados a inventar? ¿No es excesiva para nosotros la grandeza de este acto? ¿No estamos forzados a convertirnos en dioses, al menos para parecer dignos de los dioses? No hubo en el mundo acto más grandioso y las futuras generaciones serán, por este acto, parte de una historia más alta de lo que hasta el presente fue la historia. Aquí calló el loco y miró de nuevo a sus oyentes; ellos también callaron y le contemplaron con extrañeza. Por último, arrojó al suelo la linterna, que se apagó y rompió en mil pedazos: “He llegado demasiado pronto, dijo. No es aún mi hora. Este gran acontecimiento está en camino, todavía no ha llegado a oídos de los hombres. Es necesario dar tiempo al relámpago y al trueno, es necesario dar tiempo a la luz de los astros, tiempo a las acciones, cuando ya han sido realizadas, para ser vistas y oídas. Este acto está más lejos de los hombres que el acto más distante; y, sin embargo, ellos lo han realizado.




Angelillo de Uixó y Nietzsche.







El repelente Juan Pablo II con algas.

miércoles, 13 de julio de 2016

Fotos Adiós a mis brazos si no cubrís el cielo de tierra.


Poema Dedicado a Pablo Iglesias podéis leer también en poesía del alma o angelillo201.wordpress.com.

“Pablo lanzó sus brazos al cielo para conquistarlo,
Pero no había nada que conquistar en el aire,
Y se quedo sin brazos en la tierra”
Angelillo de Uixó.















I.
No me moveré de la tierra Pablo,
Si mis brazos nadaron contra el agua y la piedra
Y llegó antes la cosecha
Que la solución a los problemas.
Dejarme dormir ahora,
 Olvidando Junto las ranas que claman,
 a un Cristo de cera para que sea su rey,
Bajo los arcos y puentes,
Presencio como se fugan,
   en barca a la otra orilla
Un ejército de ardillas,
 capaz de cruzar de parte a parte,
 España Sin destino,
Perseguidas por un jinete patrono de azul.
Me adentraré por los zarzales
Que me abren su camino seguro
Enterrado entre pedregales.
Se puede avanzar por un mar de espinos,
Si lo haces como una serpiente.
Aquí,
 Región sin explorar,
a la que nadie quiere cruzar,
Aquí,
Donde se encuentran   cacharros oxidados
Que habitan bajo las ramas que cubren el cielo
Juntos los hombres del barro
Que beben amianto con sus labios en  charcos,
Caídos los días de lluvia de la radial de Saturno.
Lejos está la tierra del mundo,
Y  el mundo de la inmortalidad del cielo.
Compasión.
Ternura.
Locura.
Vida.
Al contemplar como las hormigas amontonar  los brazos,
Que no tomaron el cielo.
Bajo las tiernas judías,
Asoman las  lenguas de las cabezas en hoyos
A las que acarician las alas de las lechugas
Que juguetean junto  los pepinos,
Enredados en sus cañas.
Adiós brazos míos,
Iros lejos si no habéis de llenar el cielo con  nuestra tierra.
Angelillo de Uixó.