miércoles, 4 de agosto de 2010

campo Junio 2010



















Los días de Junio en Benicató.
Observa Angelillo su campo yermo de vegetación, solar que descansaba con su tierra cerrada sin abrir por azada desde hacia años.
Llegaba hasta este lugar perdido entre sendas y veredas atravesando caminos repletos de campos de naranjos verdes y amarillentos a la par.
Color dependiente del grado de cansancio de sus dueños de perder dinero en el mantenimiento de sus campos, o de aguantar por tradición al trabajo de la tierra quizás esperando tiempos mejores.
En Junio del 2010 paso por el campo de Angelillo una maquina punchonado la tierra para extraer las raíces tóxicas de los naranjos, a su paso escupió una gleba roja como ascuas encendidas en una monumental hoguera que abarcará todas aquellas extensiones.
La máquina en su primera pasada no dejo el campo listo para plantar.
El lugar estaba lleno de agujeros y gleba, nada podría florecer, tendría que contratar más máquinas y eso era más dinero del que carecía por la crisis económica.
Miraba aquella tierra Angelillo con cierta timidez.
Todo estaba roto y por hacer, desde la acequia que rompió la máquina al pasar, hasta las lindes con los campos del vecino que se debían caballonar.
Para pensar se sentaba aquellos días Angelillo bajo la sombra de un naranjo del campo de su vecino, y en la soledad de aquel páramo de tierra roja salpicada de enormes terruños de gleba se agolpaban en su cabeza las ideas.
A lo lejos el faro de Nules servía de guía a los marineros, mientras ranas y sapos de su aljibe parecían en su rotundo croar burlar sus penas.
Intento sin mucho éxito batir esos terruños.
Estuvo rompiéndolos durante tres días de forma infructuosa, ya que apenas ganaba unos metros en una jornada y tenía frente a si 3200 metros cuadrados.
Sin mucho entusiasmo debió contratar un tractor para retobar.
En Junio el campo era un lugar rojo, la tierra cuando la cogía en la mano para examinarla parecía sin vida, y para deshacerla había que apretar con fuerza.
Tres día antes de que acabará el mes retobató convirtiendo la tierra en arena fina, sedosa que se escurría por los dedos al atraparla.

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