El repelente Juan Pablo II con algas.
Acudí al mercado de Vall d´Uixó con
un canasto lleno de mis productos ecológicos donde había mucha
gente incrédula que se burlaban de mí y de la agricultura
ecológica, entre estos se contaban las autoridades locales que
proyectaban un futuro tecnológico donde todo tenía que tener una
patente firmada por algún instituto. Nadie se esperaba que el tonto
del pueblo acudiera al mercado con su canasto lleno de verduras y
gritará a la gente que al verlo se apiñaron en torno a él a ver
que decía.
No se si soñaba el papa Juan Pablo II
conmigo, o yo soñaba con el papa Juan Pablo II , cuando se cruzó
entre nosotros es espíritu santo mientras fatigado de trabajo me
reclinaba bajo la sombra de una olivera a descansar preocupado por
las plagas, condena humana.
Y una voz, la de Juan Pablo me tentaba
a que fuera a la charca a recoger las algas.
Al despertar del hermoso sueño al
verdoso lecho acudí como me ordenó la voz.
Noté fijo el ojo de las ranas a mis
manos que como anzuelos enganchaban las algas ante su sonora queja, e
iba vertiendo las extraña cosecha en un cubo con agua.
Más para la alquimia santa,
necesitaba una planta que hiera mal al hombre cuando la tocará, la
ortiga. Macerándolo todo aun se necesitaba un par de cosas.
Un poco de mi alma que vertían
escupiendo al caldo y una oración bendita.
Hijo nuestro retirado allá en el cielo
bostezando,
que no has conocido el trabajo en la
tierra ni el yugo de los reyes,
Y que encarnas un personaje nacido de
la división de las conciencias según las voluntades y los
sufrimientos.
Boga hacia nosotros que te esperamos
con los brazos abiertos para enseñarte a tus inventores.
II. De la gaya ciencia, Nietzsche.
“¿No
habéis oído hablar de ese hombre loco que, en pleno día, encendía
una linterna y echaba a correr por la plaza pública, gritando sin
cesar, “busco a Dios, busco a Dios”? Como allí había muchos que
no creían en Dios, su grito provocó la hilaridad. “Qué, ¿se ha
perdido Dios?”, decía uno. “¿Se ha perdido como un niño
pequeño?”, preguntaba otro. “¿O es que está escondido? ¿Tiene
miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?” Así gritaban
y reían con gran confusión. El loco se precipitó en medio de ellos
y los traspasó con la mirada: “¿Dónde se ha ido Dios? Yo os lo
voy a decir”, les gritó. ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y
yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso?
¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Y quién nos ha dado la esponja
para secar el horizonte? ¿Qué hemos hecho al separar esta tierra de
la cadena de su sol? ¿Adónde se dirigen ahora sus movimientos?
¿Lejos de todos los soles? ¿No caemos incesantemente? ¿Hacia
adelante, hacia atrás, de lado, de todos lados? ¿Hay aún un arriba
y un abajo? ¿No vamos como errantes a través de una nada infinita?
¿No nos persigue el vacío con su aliento? ¿No hace más frío? ¿No
veis oscurecer, cada vez más, cada vez más? ¿No es necesario
encender linternas en pleno mediodía? ¿No oímos todavía el ruido
de los sepultureros que entierran a Dios? ¿Nada olfateamos aún de
la descomposición divina? ¡También los dioses se descomponen!
¡Dios ha muerto y nosotros somos quienes lo hemos matado! ¿Cómo
nos consolaremos, nosotros, asesinos entre los asesinos? Lo que el
mundo poseía de más sagrado y poderoso se ha desangrado bajo
nuestro cuchillo. ¿Quién borrará de nosotros esa sangre? ¿Qué
agua podrá purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué juegos nos veremos
forzados a inventar? ¿No es excesiva para nosotros la grandeza de
este acto? ¿No estamos forzados a convertirnos en dioses, al menos
para parecer dignos de los dioses? No hubo en el mundo acto más
grandioso y las futuras generaciones serán, por este acto, parte de
una historia más alta de lo que hasta el presente fue la historia.
Aquí calló el loco y miró de nuevo a sus oyentes; ellos también
callaron y le contemplaron con extrañeza. Por último, arrojó al
suelo la linterna, que se apagó y rompió en mil pedazos: “He
llegado demasiado pronto, dijo. No es aún mi hora. Este gran
acontecimiento está en camino, todavía no ha llegado a oídos de
los hombres. Es necesario dar tiempo al relámpago y al trueno, es
necesario dar tiempo a la luz de los astros, tiempo a las acciones,
cuando ya han sido realizadas, para ser vistas y oídas. Este acto
está más lejos de los hombres que el acto más distante; y, sin
embargo, ellos
lo han realizado.”
Angelillo de Uixó y Nietzsche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario