Los que lo habían conocido de toda la vida lo miraban con
indiferencia al verlo pasar por las calles de Vall d´Uixó empujando un
carretillo con utensilios de labranza tirado por dos perros. Estaban acostumbrados
a verlo en ese estado de miseria que parecía irremisiblemente de por vida, como la situación de muchos vecinos de Vall
d´Uixó. Aunque de esto no se hablara en las calles, ni en la prensa, pese a que
flotaba un ambiente de ira contra esta injusticia en forma de desigualdad,
pobreza y verdadera miseria colectiva. Pero en este estadio pre rebeldía
todavía estaba nebuloso en las mentes y no se veía con claridad un alba
revolucionaria, ya que la confusión de si los tiempos eran buenos o malos no era
clara. Según algunos se vivía mejor que nunca, según otros peor que nunca. El
caso es que con toda la naturalidad del mundo, los ultrajados, los que habían
sido conducidos a la exclusión social, al hambre, a la desesperación pasaban
delante de sus amigos, vecinos, como vencidos, fatigados y acobardados. Este
hombre que tiraba de los perros, llamado Ángel, pese a llevar diez años, casi
once ya, de verdadera exclusión social,
aún se mantenía fuerte. Su aspecto había cambiado tanto que parecía otro,
sin que se supiera el motivo del cambio. Diez años antes sus facciones eran
suaves, casi femeninas. Ahora aquel joven bajito, moreno, delgado, era un hombre de mediana edad de complexión fuerte, acostumbrado a los
grandes esfuerzos y a salvar penalidades económicas y emocionales. Llevaba la cabeza rapada y una larga perilla que a
veces ataba al estilo armenio, dándole un aspecto salvaje. Aunque el verdadero
salvajismo vivía dentro de él. Le quemaba una ira contra la injusticia, las mentiras que vertían contra
él y contra los que estaban como él. Rumores lanzados por los patronos, por los
políticos incluso de izquierda progresista, los periodistas, psicólogos,
animadores sociales, community manager, las trabajadoras sociales. Para estos
quien acababa en la pobreza se debía a que eran vagos, inadaptados, incapaces
de soportar las reglas del mundo y tomar decisiones correctas.
Cuando pasaba junto sus vecinos, o sus antiguos amigos
apenas se decían nada. Una especie de vergüenza secreta se manifestaba en
ángel. El resto sonría con la satisfacción de que a ellos les iba bien, o les
iba mal pero decían que les iba bien. Quizás fuera una risa nerviosa, fingida, o sádica. Nunca lo tuvo claro Ángel. Solo
tenía la interpretación en su memoria la de aquellos ojos de sus amigos. Su
mirada, con ella intentaba adivinar que pensaban de él. ÉL los miraba
desafiantes al verlos junto a sus coches, bien vestidos, junto a sus hijos que
llevaban al repaso para que el día de mañana fueran ejecutivos. AL verlos tenía
que alejarse de allí al sentir una especie de violencia nerviosa contra ellos,
quizás motivada por la envidia. Sus perros parecían notarlo y tiraban con más
fuerza del carro. Una vez salían de las calles, las pequeñas y abandonadas
montañas, o los barrancos llevaban a sus huertas. Huertas donde las plantas
crecían pese a sus esfuerzo pobres e improductivas. Ángel lo sabía. Era
consciente que los terrenos que ocupaba no tenían agua, la cual llevaba con
garrafas de fuentes o aljibes. Tampoco tenía estiércol. Las plantas crecían
anémicas, alimentadas con goteros como los que inyectan a través sueros a los
enfermos. Aquellos terrenos eran trabajados de forma artesanal : a pico y
azada. Solo cuando alguna vez llovía, esas plantas aletargadas, embobadas con
sus gotas de agua insuficiente del gotero, movían y empezaban a dar frutos. Sus
hojas amarillentas se convertían entonces en verdes, anchas, amplias, las
flores se convertían en frutos con bachoquetas, guisantes, lechugas, tomates,
alcarchofas, habas, pimientos… se amontonaban y durante dos semanas Ángel no
sabía que hacer con tanta producción. Pero cada vez llovía menos, y las plantas
pronto volvían a aletargarse, como él. Le volvía la fatiga, el cansancio, la
improductividad de una vida de ir de un huerto a otro andando, acompañado de
los perros ,y pasar horas y horas, a veces hasta cuatro o cinco horas diarias para llevar 100 litros de agua de
alguna fuente o aljibe de las montañas. Al final de la jornada volvía a casa
con una lechuga o un cuarto de kilo de bachoqueta. Después de cinco horas de
trabajo. Su sangre hervía al ver a la gente de la escuela taller de jardinería
que estaba sobre uno de sus huertos. Cobraban al mes más de ochocientos euros,
se les daba un oficio que despreciaban pasándose el día a la sombra haciendo chistes.
Entonces la amargura le corroía Ángel y sobre él recaían las miradas de
aquellos ojos de los alumnos de la escuela taller. le miraban como a un
idiota. Algunas personas que pasaban que ese lugar y adivinando lo que debía
sentir le decían:
Yo que tu no estaría perdiendo el tiempo en ese campo.
Debo estar aquí sin plantarme el sentido de mi destino- les
contestaba Ángel tragando saliva, ya que a algunos los conocía y eran gente que
se pasaba el día en el bar. Vivían gracias a que una o dos veces al año les
contrataba el Ayuntamiento para limpiar caminos. Aunque en realidad cuando
trabajaban se iban al bar de tan acostumbrados como estaban a pasarse el día en
el bar.
EL encargado lo
sabía, por eso también estaba todo el día en el bar.
Ángel cuando estaba
solo, con sus perros atados a un naranjo para que descansaran cuando terminaba
de cargar agua, contemplaba la naturaleza que le rodeaba. Valoraba su trabajo,
veía aquello preparado para producir, estaba todo bien hecho, y lamentaba no
tener los medios adecuados para darle rentabilidad. Sabia que se podía, pero no
encontraba la forma.
Picaba con el pico y las chicharras cantaban. A veces se
subían a las maderas que servían de
verja l y como si fuera un minarete cantaban las chicharras desde lo alto de la
hierba. El sonido del pico y el de las chicharras cuando se fundía le encantaba
a Ángel , sintiendo una consoladora y casi mística espiritualidad que lo
embargaba, llegando sin darse cuento a hablar solo en medio de esos bancales
perdidos:
“Que hermoso es el canto de las chicharras.
Nada lo supera en este páramo seco,
salvo quizás, el sonido del pico sobre la tierra.
El pico y la fatiga se acompañan como nadie con el canto de
la chicharra.
Todo se cierra en torno al hombre que vuelve a la tierra.
De la que solo saca
la cabeza.
El resto esta ya en un hoyo cada vez más profundo, pero llegará
el día en el que encuentre la salida”
Y llegó el día. Un día en el que su sencillo nombre brilló en la
prensa, en el diario levante, hablando de su caso. Un diario no caracterizado por ser precisamente de
izquierdas, sino más bien liberal social conservador. Unos meses antes le
dieron en la calle un panfleto. Se lo dio un chico Venezolano que los iba
entregando en servicios sociales, el INEM, en las ett, sin que la gente le
prestará atención. Las hojas las cogían por educación, los que las cogían, y en
las esquinas se deshacían de ellas.
A Ángel le entregó una mientras esperaba en servicios
sociales. Miró al chico. Se trataba de un muchacho mulato, alto, delgado pero fibrado, con unos
dientes perfectamente blancos, y unos bíceps y abdominales de atleta que mostraba con la sensualidad propia
de las gentes del Caribe a través de una camiseta de tirantes ajustada de
rejillas transparentes. Sus cabezos rizados y largos de color negro azabache formaba sinuosas caracolas que caían sobre su
rostro imberbe- como la mayoría de gente del Caribe. Su piel rojiza brillaba
como si estuviera ungida en aceites. Parecía salido de una de esas fabulosas
playas caribeñas con su pequeño bañador que le cubría poco más de las ingles
dejando medias nalgas al descubierto. Sus piernas parecían dos enromes torres
que iban suavemente descendiendo hasta el suelo mantenidas por unos grandes
pies. En su cuello llevaba atada una caracola con muchas puntas y un diente de
tiburón, que luego se supo que mató con sus manos para salvar la vida de un
turista Español que se cayó al agua de una piragua que él conducía cuando
trabajaba para una empresa de turismo. Pese a su aspecto que pudiera parecer frívolo,
salido de la serie de los vigilantes de la playa versión culebrón Venezolano,
Nícolas era una persona con compromiso social. Salió de Venezuela decepcionado con su
pueblo que traicionó la revolución y se
manifestaba contra la políticas sociales de Maduro porque querían vivir como los americanos del norte.
Nícolas, para conocer la imitación de los yanquis a lo hispano pensó en visitar en España.
No tardó en conocer
en los varios años que estaba en España los trabajos temporales: como reponedor en
grandes superficies comerciales , como camarero trabajando 12 horas
diarias en Marina D´Or, la esclavitud del campo recogiendo naranjas, el del
sector del transporte portando paquetes en moto, donde se tuvo que comprar el
vehículo trabajando para una empresa que cotizaba en bolsa, además de pagarse
el autónomo, un autónomo falso ya que trabajaba según horario, clientes y
condiciones de esa multinacional del transporte. De estos trabajos temporales recibía
siempre un salario que solo daba para pagar el alquiler de un piso de 60 metros compartido con
seis personas más, el transporte, la luz y la comida. En la actualidad trabajaba de acomodador en
unos multicines después de sufrir una accidente del que salió ileso, pero perdió la moto al saltar puente con la moto
por culpa de las prisas pensando que así atajaría. Trabajaba Nícolas 10 horas a
la semana de forma legal, aunque hacía 20 hora a la semana como acomodador en el centro comercial de la Salera, y gratis los festivos a modo de propina a la patronal. No comprendía como los
muchachos y muchachas que entraban al cine, algunos universitarios, no tenían
una inclinación a rebelarse ante el panorama social. Nícolas entró a través del
casal popular de Castellón en contacto con la oficina obrera. Esta, intentaba
dar voz a los que no tenía voz. Era un centro local obrero de Castellón, al
margen de las actuales corrientes de conformismo de los progresista y grandes
sindicatos de trabajadores que silenciaban la problemática social esperando que
el mercado regulara la conflictividad mientras ellos recibían subvenciones de
la patronal y el estado.
¿ qué es esto? Preguntó Ángel a Nícolas cuando le entregó el hoja de la
oficina obrera.
Nícolas clavó sus ojos verdes claros que contrataban con su
piel rojiza de nativo en los de Ángel. Nícolas sintió al ver los de Ángel que
en él brillaba también esa extraña llama que teje lazos en la humanidad
oprimida.
La oficina obrera es
una organización que desea denunciar el clima de injusticia a nivel local sobre los que no tienen voz.
Nícolas miró con ternura a la gente indiferente que le
rodeaba. Había chonis con su móvil mascando chicle que estrellaban contra sus
labios inflados de silicona como sus pechos. Gitanos chistosos de ojos
brillantes y comentarios racistas contra la gente de la Pampa.
No perdamos el tiempo aquí. Esta gente está podrida por el
sistema. No hay ni uno que sienta empatía por la humanidad. Solo buscan que les
arrojen una pequeña paga como cuando se
le tira a un perro un hueso. Viven de la ley del embudo. Ellos están en lo más
estrecho del embudo, cuando el sistema
lanza provisiones esperan que les caiga algo. Viven mirando ese embudo esperando
que empiece a arrojar. Para muchos como
es tan estrecho que no llega nada. Quiero ir a esa oficina obrera.
Ángel leía en el periódico levante un artículo salido de la
oficina obrera. Hablaban de él en primera persona como un caso de exclusión
social grave. EL embudo con él había fallado , durante mucho tiempo no le había
llegado nada. Ni trabajar un par de meses para el Ayuntamiento como muchas
personas en su situación. Dejándolo solo
dependiente de unas ayudas sociales
miserables e intermitentes, y el trabajo fatigoso en unas huertas improductivas por falta de agua.
Por eso iban a manifestarse un grupo de personas ante el Ayuntamiento, tejiendo
lazos de hermandad y solidaridad contra la exclusión social ejemplificada en su
caso, al ser el único que denunciaba esta situación.
¿ pero cuántos más abrían como él que silenciaban y
consentían? Tan podrido estaba todo que dejaban a la gente con el agua al
cuello mientras cantaban las chicharras.
Angelillo de Uixó. Paz y bien.
Ésta historia empezó así, estaba labrando mi nuevo huerto y noté que me acompañaba una chicharra, no paraba de cantar subida a una tabla que había levantado como empalizada. Decidí grabar su canto, y lo hacia con el agua al cuello, que es el título que un artículo publicado en el levante anunciando una manifestación contra la exclusión social a las puertas del Ayuntamiento de Vall ´d Uixó. En este artículo se me citaba en primera persona hablando de mi caso, el resto de la historia lo podéis imaginar fácilmente.
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